lunes, 24 de abril de 2017

Adaptación en Latinoamérica. De la mano del cine LECTURA N° 1

CINE Y TELEVISIÓN

Adaptación en Latinoamérica. De la mano del cine

Por Karim Taylhardat

Es la adaptación un traslado, lugar de acomodo, estrato difícil con excesos, personalidad, intentos y fracasos, con destacables presencias o aproximaciones; como lo es García Márquez de camino al cine, o bien el acercamiento del cine a la obra del escritor. Luis Alcoriza —nacido en España e hijo de una familia de cómicos de la legua— abordaría el filme Presagio (1974) con participación de García Márquez, que también estaría presente en el guión de Eréndira (del director Ruy Guerra, en 1982), cercano al cine de utopía y artesano, así como en Tiempo de morir / Tiempo de silencio (del mexicano Arturo Ripstein, en 1965), y junto a Carlos Fuentes. Y como adaptación de su literatura, En este pueblo no hay ladrones (de Alberto Isaac, de 1965), La viuda de Montiel (1980) y ElCoronel no tiene quien le escriba (1999), ambas de Miguel Littin.

Juan Rulfo, nuestro páramo inagotable, también ha sido objeto de traslado, desde la industria fílmica, en producciones complejas; Alberto Isaac disecciona dos relatos en El rincón de las vírgenes (1973), y Arturo Ripstein con El imperio de la fortuna (1986) parte del cuento El Gallo de oro. Hay quietud en La fórmula secreta (1965), de Rubén Gámez, quien tomaría de Rulfo un relato y un acercamiento crítico de lo cotidiano en México. Y quedaría Pedro Páramo (1966), un intento del director Carlos Velo.

Y otros clásicos, de allá y de acá; La María, dirigida por Alberto de Diestro y Máximo Calvo, a partir de la novela de Jorge Isaacs; El recurso del método (adaptación de una novela de Carpentier, en 1978, y de Miguel Littin); Los de abajo (de Chano Urueta, basado en la obra de Azuela); o El compadre Mendoza (1933, sobre un relato de Mauricio Magdaleno), de Fernando De Fuentes, un pionero que se inició como proyeccionista y que también incursionaría en las adaptaciones de Doña Bárbara (1943) y Crimen y castigo (1950); sería este director, De Fuentes, un eterno colaborador de Emilio Fernández.

Quedan, así, más situaciones, otros directores y aquellos relatos —casi un experimento— en La tregua (1974, Sergio Renán; con Mario Benedetti); Raíces (1954, Alazraki, sobre adaptación de cuatro relatos de Rojas González reunidos en El diosero), y muy en la entraña del cine poco comercial mexicano; El infierno tan temido (1980, Raúl de la Torre; con Onetti); La guerra gaucha (1942, Lucas Demare; basada en varios relatos de Leopoldo Lugones); São Bernardo (1971, de León Hirszman; con Graciliano Ramos); La ciudad y los perros (1985, Francisco Lombardi; con Vargas Llosa). Y situaciones secuenciales, más la trama y algunos personajes —y mucha luz— en Vidas secas, dirigida por Nelson Pereira Dos Santos en 1963, y basada en la novela homónima de Graciliano Ramos, así como en Memorias de la cárcel (1984), y otro enfoque del escritor Jorge Amado en La tienda de los milagros (1977), de la mano de un realizador que innovaría un hacer y un clarificar el cine latinoamericano.

La pregunta lógica es si aguanta la ilusoria fantasía del cinematógrafo la fantasía real de la narrativa latinoamericana —o el poema—, o acaso se superponen para evidenciar una u otra falla, o es demasiado intenso el destello para calzarla, como a una pequeña cenicienta —gris—, a ese otro espacio lumínico y paralelo. Sea como sea, el traslado no cesa.
EN: http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/diciembre_03/18122003_02.htm

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